11/5/08

Luis Vidales según Rendón


Caricatura de Rendón (1926), coloreada por Carlos Vidales (2008). Según recordaba el poeta, la amistad con el caricaturista Rendón estuvo siempre marcada por diferencias de carácter que conducían a veces a disputas pasajeras. Durante uno de esos desencuentros, Rendón quiso molestar a Vidales y lo dibujó como un sapo. Cuando vió la caricatura, ya publicada, Vidales soltó la risa y le dio las gracias al dibujante en estos términos: "Tienes toda mi gratitud, porque como dice Walt Whitman, el sapo es una obra maestra de Dios". Rendón soltó la carcajada y ambos amigos se reconciliaron... hasta la siguiente pelea.

La arboleda y la lógica

Dijo mi verso lógico y sencillo.
Derribaron los árboles.
Es decir
desyerbaron el cielo.
Qué contentas estarán
las estrellas.
Y agregó mi verso
lógico y sencillo.
A esos pobres árboles
les tumbaron el cielo.


De Suenan Timbres
Sección "Poemas
de la Yolatría"
2a. Edición, 1976
Colcultura, p. 59

El gato

El gato se acomoda
en el hueco del sueño.

Lo miro con tristeza
porque dormirse
es lo mismo
que perder un mundo.

Indolente
estila posturas dentro de su forma
como esculpiendo
fugitivas figuras
de gatos.

Oigo el tardo
envolver el ovillo de su música.
Y esto he comprendido.
A la hora en que los gatos duermen
–afuera– en los tejados
andan las sombras solas.
Gatos negros
que caen de la luna.

De Suenan Timbres
Sección "Curva"
2a. Edición, 1976
Colcultura, p. 83

13/2/08

Suenan Timbres en la puerta del poeta (1979)

En los primeros días de abril de 1979 la casa del poeta fue allanada por las tropas del ejército colombiano, por órdenes expresas del general Camacho Leyva. Los hechos ocurrieron de manera mucho más dramática de lo que muestra la caricatura del diario El Espectador (7 de abril de 1979). Los heroicos soldados de la república escalaron la fachada del edificio hasta el segundo piso, donde vivía el poeta – que ya se acercaba a los ochenta años –, destrozaron la ventana de su dormitorio y se plantaron, metralleta en mano, sobre la cama en que reposaban el anciano Luis Vidales y su esposa Paulina. Eran las tres y media de la madrugada.

El peligroso poeta fue maniatado con cuerdas, vendado y conducido a empujones a la Escuela de Caballería, donde debió permanecer de pie durante más de doce horas, sin más compañía que los caballos y los curiosos reclutas que llegaban, uno tras otro, con la misma pregunta:

¿Y vusté, tan viejo y metido a guerrillero?

Luis Vidales fue siempre un revolucionario chaplinesco y, en consecuencia, mantuvo el buen humor y aprovechó para dictar cátedra marxista a los reclutas. Pronto se formó un corro de soldados alrededor del viejo y así todos, soldados y caballos, pudieron oír que ellos eran proletarios, explotados, víctimas del capitalismo que los condenaba a reprimir a sus hermanos de clase y a traicionar su propia dignidad.

Al promediar la tarde, el escándalo nacional e internacional era mayúsculo. Poetas, intelectuales, políticos, jefes de estado europeos y periodistas de todo el mundo asediaban al señor presidente de la República, Julio César Turbay Ayala, indagando por las graves razones de estado que obligaban a maniatar, vendar y mantener en plantón riguroso a un anciano poeta septuagenario. De todas las respuestas que obtuvieron, la más poética y hermosa fue la del comandante de la Escuela de Caballería, general Vega Uribe, quien explicó la arbitraria detención y el brutal asalto al domicilio del poeta con esta frase inmortal:

Es que no sabíamos que este señor fuera tan famoso.

En efecto. En esos momentos, más treinta mil colombianos arbitrariamente encarcelados llenaban las cárceles del país. Ellos no eran tan famosos. Su delito era pertenecer a la oposición. Y muchos millones de colombianos más eran sospechosos y presuntamente enemigos de la democracia. La paranoia oficial era monstruosa.

Los motivos y las causas de la detención del poeta eran
– también – un poco chaplinescos, esto es, tragicómicos. El día primero de enero de ese año, la organización guerrillera M-19 (Movimiento 19 de abril), de cuya dirección nacional yo era miembro, había robado más de siete mil fusiles de la guarnición del Cantón Norte. La operación fue una obra brillante de ingeniería subversiva: un túnel de casi noventa metros por debajo de las muy trajinadas calles de la capital. Pero fue también un ejemplo inmortal de chapucería militar: los responsables comenzaron a caer y las armas robadas fueron recuperadas por los genios del ejército, debido a gravísimas fallas en las rutinas de seguridad de los rebeldes. Y las cosas se complicaron porque uno de los detenidos, quien era habitualmente muy intelectual y muy celoso de los principios (como suele ocurrir), soltó la lengua del modo más lamentable y cantó lo que sabía, lo que no sabía, lo que sospechaba y todo lo demás. Naturalmente, me identificó como miembro de la dirección nacional de la organización, dijo que yo me llamaba Carlos Vidales que mi alias de guerra era... Luis.

Y era cierto. Porque mi jefe superior, el comandante Álvaro Fayad, había tenido la humorada de ponerme el alias de Luis a la hora de repartir los apodos de guerra. Otra chaplinada.

Y fue por eso que el astuto y genial general Camacho Leyva, asesorado por el talentoso general Vega Uribe, quien a su vez era asesorado por los caballos de las caballerizas de Escuela de Caballería, impartió la orden perentoria:

– Detengan de inmediato a Luis Vidales.

De más está decir que mi padre estaba muy contento. Para un revolucionario como él, nada más grato que ser honrado con un allanamiento brutal en la ancianidad, como una confirmación de que seguía siendo peligroso para los cerdos capitalistas. Su Partido, el Partido Comunista, también estaba feliz. Ahora podía mostrar que su poeta, su viejo e ilustre bardo, encarnaba la dura y heroica resistencia de los bolcheviques contra la represión oficial.

A mí todo eso me pareció muy bien, y muy conveniente. Yo estaba escondido, pero salí de mi escondrijo para solicitar asilo en la embajada de Cuba. ¿Por qué? Sencillamente, porque pensé que era mi única forma de aparecer en público sin entregarme a las autoridades, y que mi aparición obligaría al régimen a soltar a mi padre.

Pero los cubanos me negaron el asilo. Me dijeron que esperara, porque el escándalo internacional iba a obligar a los militares a soltar a Luis Vidales.

Así ocurrió. Yo continué en las filas del M-19 hasta el 11 de diciembre de 1979, fecha en que decidí abandonar esa organización por razones que en este contexto no vienen al caso. Solamente diré que hubo en aquel año dos miembros de la dirección nacional del M-19 que se opusieron rotundamente a la operación del robo de armas del Cantón Norte, por considerarla estúpida y aventurera: uno de esos dos miembros era yo. Y no he cambiado de opinión. Así, pues, me pareció deliciosamente irónico y chaplinesco
– tragicómico – que mi padre, comunista y poeta, pagara con el honor de un plantón, vendado y maniatado, un operativo militar de otra organización en cuya dirección se había llegado a proponer mi fusilamiento, precisamente por oponerme a la realización de dicho operativo. El padre, preso y maltratado por lo del Cantón Norte, y el hijo, al borde de la ejecución por oponerse a lo del Cantón Norte. ¿No es chaplinesco?

Estos son, pues, algunos de los entretelones chaplinescos del brutal allanamiento y la arbitraria detención de Luis Vidales, en abril de 1979.

Los Arcos-Iris

Arcios-Iris lejanos,
desde el principio del mundo.
Caravanas de jirafas de colores
los pies en el agua
y el cuello dócil en el cielo.
Arcos-iris.
Los que pasaron por los cielos
de mi infancia azul.
Yo tenía los ojos tristes y ensoñadores
y viéndoos a vosotros – arcos-iris –
sentía un indeterminado deseo
como de acariciar cuellos
o como de domar serpientes.
Pero el dulce muchacho de mi niñez
hace mucho tiempo que se ha marchado
yo no sé para dónde.
Y ahora
– en esta tarde romántica –
cierro los ojos
y siento que me dejo estrangular de un arco-iris.

De Suenan Timbres
Sección "Curva"
2a. Edición, 1976
Colcultura, p. 69

2/12/07

Breve poema de las 5 artes irónicas

¿Una estatuilla esbelta,
ágil,
retorcido manojo
de líneas irónicas?
Sí.

¿Unos versos rimados
– o no –
trapecio
donde el humorismo
– cabezón payaso –
desdoble una cabriola?
Sí.

¿Un dibujo
de dibujante bizco,
de un sombrero
y unas botinas,
y en medio un señor
tembloroso
como visto a través de un vidrio ondulado?
Sí.

¿Un ritmo burlón
que llegue y cruce por el alma
como un pájaro
por un lugar abigarrado
de paisajes?
¡Oh! sí.

Todo muy bello
y muy recomendable
para las orejas
de todos los tamaños
y para las entendederas
de toda circunferencia.

Pero más bello
y más recomendable sería
edificar un palacio
– desmesurada arquitectura –
en espiral,
que bajo el cielo incólumne
y sin ningún viso de mejoría
se alzase siempre, siempre,
ligeramente irónico
ya sabemos contra quién.

De Suenan Timbres
Sección "Curva"
2a. Edición, 1976
Colcultura, p. 140

Oración de los bostezadores

Dedicado a Leo Le Gris - Bostezador

Señor.
Estamos cansados de tus días
y tus noches.
Tu luz es demasiado barata
y se va con lamentable frecuencia.
Los mundos nocturnales
producen un pésimo alumbrado
y en nuestros pueblos
nos hemos visto precisados a sembrarle a la noche
un cosmos de globitas eléctricas.
Señor.
Nos aburren tus auroras
y nos tienen fastidiados
tus escandalosos crepúsculos.
¿Por qué un mismo espectáculo todos los días
desde que le diste cuerda al mundo?
Señor.
Deja que ahora
el mundo gire al revés
para que las tardes sean por la mañana
y las mañanas sean por la tarde.
O por lo menos
– Señor –
si no puedes complacernos
entonces
– Señor –
te suplicamos todos los bostezadores
que transfieras tus crepúsculos
para las 12 del día.
Amén.


De Suenan Timbres
Sección "Curva"
2a. Edición, 1976
Colcultura, p. 101