12/10/11

El vecino de adentro


Me lo encontré en la avenida. Su identidad conmigo era, como si dijéramos, escandalosa. Le dije: "¿Quién es usted?" Y me soltó, susurrando las sílabas: "Luis Vidales". Le grité, angustiado: "¡No! ¡Yo soy Luis Vidales!". Y para asombro de mi parte, me respondió con aplomo: "¿Y quién lo contradice?". Y en verdad, no tuve nada que argüirle.

De Suenan Timbres, Estampillas, 1926

Composición gráfica: Luis Vidales y su vecino de adentro,
por Carlos Vidales,
a partir de una fotografía de 1926.

Nota bene. Desde que leí este relato por primera vez, me he pasado toda la vida preguntándome si soy de hijo de Luis Vidales o de su vecino de adentro. Vale.

10/7/11

Un encuentro que crece y crece

Con el tema Literatura y periodismo, la realidad es lo que cuenta, este encuentro Encuentro Nacional de Escritores Luis Vidales llega a su cuarta versión y se consolida como uno de los procesos culturales más importantes del Quindío, del Eje Cafetero y el norte del Valle.
En 2011 Calarcá vuelve a ser punto de concurrencia de lectores y escritores en la cuarta versión del Encuentro Nacional de Escritores Luis Vidales. Nombrada en la primera versión del encuentro como ‘Ciudad Literaria de Colombia’ por el escritor caleño Fabio Martínez, la Villa del Cacique evoca una vez más el nombre de uno de sus más grandes escritores y le rinde homenaje con esta cita que, más que un evento, constituye todo un proceso cultural y educativo para la región.


Un encuentro hecho por muchas manos
En el año 2007 un grupo de escritores, gestores culturales e integrantes del Consejo Departamental de Literatura, encabezados por Gladys Sierra y Nodier Solórzano, a la sazón miembro de dicho organismo, concibieron la idea de un encuentro que exaltara la tradición literaria de Calarcá y el Quindío. Así fue como se convocó un encuentro regional con escritores del Eje Cafetero, Tolima y Huila, y se programaron charlas, conferencias y recitales en diferentes espacios del municipio de Calarcá. En vista de la buena acogida que tuvo por parte del público y de los escritores invitados, se pensó que tenía el potencial para ser un encuentro nacional. De esta manera se adelantaron las gestiones para que, mediante un acuerdo municipal, se establecieran los parámetros de gestión y organización del Primer Encuentro Nacional de Escritores Luis Vidales en 2008, enero de 2008.

Se decidió que el certamen llevaría el nombre del autor de Suenan Timbres, la obra que en 1926 marcó un hito en la literatura colombiana. Pero no sería sólo un homenaje a la obra del poeta local, sino a toda la tradición literaria del Quindío en la que se destacan los nombres de Adel López Gómez, Eduardo Arias Suárez, Jaime Buitrago, Carmelina Soto, Humberto Jaramillo Ángel, Bernardo Pareja, Baudilio Montoya, Jesús Arango Cano, Antonio Cardona Jaramillo, entre otros, todos ellos autores que dejaron obras destacadas a nivel nacional. Se estableció además que tendría un eje temático particular para cada versión. Es así como se realiza entre el 16 y el 21 de junio de 2008 el Primer Encuentro con el tema “La Novela Breve en Colombia”.

En esta primera versión nacional se realizaron 19 actividades entre conferencias, paneles y conversaciones en los que participaron escritores como Gustavo Álvarez Gardeazábal, Julio César Londoño, Nahum Montt, Benhur Sánchez, Carlos Orlando Pardo, Octavio Escobar, entre otros. Las actividades se programaron en la casa de la cultura de Calarcá y presentaron una importante afluencia de público de diferentes regiones del país que encontraron la programación del encuentro como una opción más de la oferta turística cultural del departamento en la temporada vacacional de mitad de año. Desde esta primera versión se pensó en la importancia de vincular otras manifestaciones artísticas a la programación del encuentro, así que se realizaron recitales de música y poesía, y conversaciones sobre cine y literatura, perfilándose así el esquema de programación para un evento que fortaleciera el turismo cultural de la región.


La programación por ciclos
Fue así como se consolidó la idea del encuentro como un proceso integral de formación y difusión literaria que involucrara a todos los sectores de la comunidad calarqueña y quindiana. De esta forma, para la segunda versión en el 2009 con el tema La Novela Histórica, se definió un esquema de programación en tres ciclos: ciclo pedagógico (con actividades de sensibilización de los profesores y estudiantes hacia el tema de la novela histórica), ciclo audiovisual (con charlas sobre la relación entre la historia, la literatura y el cine), y ciclo literario (con conferencias y conversaciones entre los más destacados escritores y estudiosos de la novela histórica). En esta segunda versión se contó con la presencia de escritores como William Ospina, Fernando Quiroz, Álvaro Pineda Botero, Fabio Martínez, Nahum Montt, Juan Esteban Constaín, entre otros.

En el 2010 el Encuentro llegó a su tercera versión. Con El Cuento como eje temático, se consolidó el esquema de programación en tres ciclos. El ciclo audiovisual Del cuento al guión, y el ciclo literario Palabra de cuentista, contaron con la participación de los cineastas Víctor Gaviria, Lisandro Duque, Carlos Henao y Felipe Moreno, quienes compartieron con el público ideas sobre su oficio y la relación entre literatura y cine.

En el ciclo Palabra de Cuentista, el público tuvo la oportunidad de escuchar a los más destacados autores y conocedores del género. Cuentistas nacionales y consagrados como Julio Paredes, Roberto Rubiano, Orlando Mejía, Elkin Restrepo, José Zuleta, Julio César Londoño, Celso Román, Adalberto Agudelo, Enrique Serrano, entre otros, participaron en conversaciones y mesas redondas.


En el Quindío hoy suenan crónicas.

En el presente año el Encuentro Nacional de Escritores Luis Vidales llega a su cuarta versión posicionado como el proceso cultural y educativo más importante del centro del país, esto gracias al esquema de programación en ciclos que este año se realizan entre los meses de abril y agosto.

Con el tema Literatura y periodismo, los ciclos de la programación este año se han establecido así: un ciclo pedagógico Suenan crónicas, en el que se realizan talleres de crónica dirigidos a los estudiantes de los grados noveno, décimo y once de las Instituciones Educativas Públicas del Municipio de Calarcá yArmenia, y a la comunidad en general en la Casa de la Cultura desde el 9 de abril y hasta el 6 de agosto; un ciclo audiovisual Crónica y documental, la realidad en la pantalla, que ofrecerá charlas, talleres y proyecciones con documentalistas nacionales los días 4, 5 y 6 de agosto; y un principal ciclo literario sobre Literatura y periodismo, la realidad es lo que cuenta, una serie de charlas, conferencias y talleres con los más destacados escritores-periodistas del país los días 10, 11, 12 y 13 de agosto.

El ciclo Crónica y documental, la realidad en la pantalla, tendrá como invitados a los documentalistas Oscar Campo, Alexander Rodríguez Tascón y Martha Rodríguez. En el ciclo “Literatura y periodismo”, la realidad es lo que cuenta, participarán escritores y periodistas como Alberto Salcedo Ramos, Alfredo Molano, Vladimir Flórez (Vladdo), Gonzalo Medina, Gustavo Colorado, Ómar Ortiz, Jesús Abad Colorado, Pilar Lozano, Ana María Cano, Sandro Romero Rey, Camilo Jiménez, Darío Fernando Patiño, entre otros. Estarán presentes también los directores de los diarios La Tarde de Pereira (Sonia Díaz Mantilla), La Crónica del Quindío (Jorge Eliécer Orozco) y del suplemento literario Papel Salmón de La Patria de Manizales (Gloria Luz Ángel).

El panorama de temas que se derivan de la relación literatura-periodismo es muy amplio. Otras formas de dar cuenta de los fenómenos de nuestra realidad como la columna de opinión, la caricatura, la fotografía, la crítica (literaria y musical), además de los nuevos formatos y plataformas tecnológicas), harán parte de la oferta temática del IV Encuentro, con lo que se espera atraer un público diverso de la región centro del país y, sobre todo, una masiva participación de los estudiantes de literatura, periodismo y disciplinas afines de la universidades del Eje Cafetero.

Además de Calarcá, con la casa de la cultura y el teatro Yarí como sedes, este año el encuentro llega con una muestra de la programación del ciclo Literatura y periodismo, la realidad es lo que cuenta, a los municipios de Circasia, Génova y Caicedonia. Organizado por la Fundación Torre de Palabras, el encuentro cuenta con el apoyo de la alcaldía Municipal de Calarcá, la Secretaría Departamental de Cultura, el ministerio de Cultura, y un grupo de patrocinadores privados que encuentran en la cultura una manera de extender los alcances de la responsabilidad social empresarial.



Por: Juan Felipe Gómez Cortés
Miembro del comité de Organización del Encuentro Nacional de Escritores Luis Vidales. Ganador del Concurso Regional de Cuento Humberto Jaramillo Ángel.

03 de Julio de 2011




Tomado de La Crónica del Quindío, Un encuentro que crece y crece

1/7/11

En su casa, con su vieja pipa, 1988


Luis Vidales con la pipa que lo acompañó desde la década de 1920.

Digitalización: Carlos Vidales © 2011

Fumando, 1989


De una fotografía de la Casa de Poesía Silva.

Fotógrafo desconocido.

Digitalización: Carlos Vidales © 2011

Agradezco a NTC... la información sobre esta fotografía (ver NTC... en los enlaces de este blog).

El poeta en 1986


De una fotografía de prensa, con motivo del otorgamiento del Premio Lenin de la Paz a luis Vidales. 1986.

Digitalización: Carlos Vidales © 2011

En su casa, hacia 1968


Fotografía familiar, probablemente de 1968.

Digitalización: Carlos Vidales © 2011

La foto original está muy desenfocada.

La madre del poeta


Rosaura Jaramillo de Vidales, madre del poeta y abuela mía. Fecha desconocida, tal vez de fines de la década de 1930. La fotografía original se ha perdido. Se ha utilizado una fotografía de prensa, publicada en la década de 1960, con motivo de la muerte de doña Rosaura.

Digitalización: Carlos Vidales © 2011

Con Gilberto Vieira, 1988


Con su amigo y camarada de toda la vida, Gilberto Vieira, secretario general del Partido Comunista de Colombia. 1988. Fotógrafo desconocido.

Digitalización: Carlos Vidales © 2011

Espero que Gilberto y mi padre no se revuelvan en sus tumbas ante mi versión a lápiz y acuarela. Ya he publicado en este mismo blog la fotografía original, que es muy buena.

Director de Estadísticas, 1940


Detalle de un homenaje que se le hizo al asumir el cargo de Director Nacional de Estadísticas, 1940.

Fotógrafo desconocido.

Digitalización: Carlos Vidales © 2011

Fumando, en 1937


Luis Vidales, 1937. Fotógrafo desconocido.

Digitalización: Carlos Vidales © 2011

El dibujo y la trama se ven mejor haciendo click en la imagen.

De paseo por la Sabana de Bogotá, 1936


Luis Vidales con compañeros de trabajo en Estadísticas, durante una excursión, 1936. El poeta, de negro riguroso, fumando como siempre. Se alcanza a ver la silueta de su enorme sombrero, que Rendón inmortalizó.

Fotógrafo desconocido.

Digitalización: Carlos Vidales © 2011

El original, bastante deteriorado.

Luis Vidales en 1926, cuando se publicó "Suenan Timbres"


Fotógrafo desconocido. Tomada de una fotografía de prensa.

Digitalización: Carlos Vidales © 2011

La foto original desapareció de la casa de mi padre poco antes de su muerte. La foto que utilicé para esta digitalización es de mala calidad.

En el café El Automático, 1949


Fotógrafo desconocido.

Digitalización: Carlos Vidales © 2011

Aunque en otros lugares he fechado la fotografía en otros años, parece que 1949 es el año correcto.

En su casa, 1988


De una fotografía de prensa.

Digitalización: Carlos Vidales © 2011

La calidad de la foto original es pésima.

Luis Tejada, 1924


De una vieja fotografía de El Espectador. Probablemente la última fotografía del cronista.

Digitalización: Carlos Vidales © 2011

Con Eduardo Carranza, 1984


De una fotografía de la Casa de Poesía Silva.

Digitalización: Carlos Vidales © 2011


Gracias a NTC... por el enlace! )Ver a NTC... en los enlaces de este blog)

"Decíamos esta mañana, querido Luis, que se es poeta desde el hombre que se es. Tú eres poeta desde el hombre, hacia la justicia que eres. Amo tu roja palabra vengadora de los humillados y ofendidos, la palabra en que expresas el anhelo de justicia del pueblo colombiano. Y en que ansías, como toda nuestra generación, un proyecto de vida justiciero, alegre, ilusionado, todavía como temblando en el aire y esperando encarnar en un modo de vida, vivible, pacífica, alegre, justiciero para todos los colombianos."

Palabras del Maestro Eduardo Carranza
en el homenaje que el Consejo de Bogotá
rindió al poeta Luis Vidales,
el día 26 de julio de 1984.

Imagen de 1979


Luis Vidales en su casa.

De una fotografía de "El Espectador", 1979.

Digitalización: Carlos Vidales © 2011

Los padres del poeta


Rosaura Jaramillo y Roberto Vidales, padres de Luis Vidales, en Calarcá.

De una fotografía antigua. Digitalización de Carlos Vidales, (c) 2011.

La fotografía original es de antes de 1900 y está muy deteriorada.

1/5/11

Luis Vidales y Gerardo Molina, 1982

De izquierda a derecha: el maestro Gerardo Molina, Luis Vidales, Jorge Regueros Peralta y Carlos Garaicoechea, presidente del País Vasco.
Fotografía tomada de la página de Gerardo Molina

En casa de Armando Orozco, 1988

El maestro Vidales con Armando Orozco Tovar, su esposa María Isabel García Mayorca y su mamá Melba de Orozco en su casa de Chía, Cundinamarca, 1988.
Fotografía enviada por el poeta Armando Orozco

El poeta y su cama, 1989

"Como escribir es lo más parecido a un parto, yo siempre escribo acostado", solía decir el poeta. Aquí, en su cama, fiel compañera y escenario de sus partos literarios.
Fotografía enviada por el poeta Armando Orozco

En su casa, con José Luis Díaz Granados, 1989


Fotografía enviada por el poeta Armando Orozco.
Otra copia ha sido compartida por José Luis Díaz Granados
y Gabriel Ruiz Arbeláez

Ante la tumba de su madre, 1984

Luis Vidales con Armando Orozco Tovar y otros amigos en la tumba de la madre del poeta en Salamina, Caldas. 15 de octubre de 1984.
Fotografía enviada por el poeta Armando Orozco

Luis Vidales, festival de Voz, 1984


El poeta, en el Festival del semanario Voz. Al fondo, Andrés de Zubiría. El Campín, Bogotá, 1984.

Fotografía enviada por el poeta Armando Orozco

29/4/11

Luis Vidales, Primero de Mayo de 1987


Luis Vidales, Armando Orozco, Abel Rodríguez y Angelino Garzón en las gradas del Congreso, el primero de mayo de 1987.

Fotografía enviada por el poeta Armando Orozco

Luis Vidales y Armando Orozco en 1984

El poeta Armando Orozco me ha enviado esta fotografía, con el siguiente mensaje:

Carlos, la foto con tu padre es de 1984. Íbamos por la séptima hacia el norte después de salir de la Unión de Escritores, que se fundó ese dia. El maestro me invitó a su casa de la calle 63 con carrera 20 donde vivía con tu mamá doña Paulina y creo que con su hijo Leonardo. Cuando llegamos me dijo: “Tome y cómprese una de aguardiente” y se entró. Cuando yo llegué y toqué, con la botella en la mano, tu mamá que no sabía que era un mandado del maestro y que yo había llegado con él, me dijo: "De modo que es usted el que le trae el trago a Luis..." Yo le expliqué y ella me mandó a seguir como siempre muy amablemente y ese día nos tomamos la botella en una plática donde siempre yo salía graduado de poeta, de historiador y de político. Creo que con tu padre hice el único postgrado que realicé en la vida. Armando Orozco.


Gracias, Armando, por este aporte a la iconografía y a las anécdotas biográficas de Luis Vidales.

7/4/11

Luis Vidales y Gilberto Vieira en 1983


Al cumplirse el centenario de Gilberto Vieira White (1911-2011) he querido publicar esta fotografía en su homenaje y en recuerdo de la sólida amistad que unió a Gilberto y a mi padre a lo largo de sus luchas y combates por el pueblo de Colombia y por la dignidad de la cultura.

Foto: archivo de Carlos Vidales

5/3/11

La circunstancia social de "Suenan Timbres"

1926: En Bogotá ya suenan timbres. Las viejas aldabas de metal, los llamadores de hierro forjado y las campanillas están siendo reemplazados por doquier, gracias al vertiginoso proceso de electrificación de la vieja y triste aldea santafereña. Los teléfonos y los ascensores comienzan a ser objetos conocidos, seres de la vida cotidiana, ante los cuales ya no se siente el asombro de los primeros días. Es cierto que el automóvil todavía sigue provocando el sobresalto supersticioso de los transeúntes, y esto porque, como dijera el cronista Luis Tejada en 1924 "las gentes no quieren bien a esa máquina fantástica que no comprenden y aprovechan cualquiera oportunidad para increparla y maldecirla, para estorbarla y hacerle daño [...] El automóvil, a pesar de su creciente incremento en la vida ciudadana, posee aún cierto misterio inquietante, cierta manera de ser inusitada y casi diabólica que impresiona. Por eso las gentes sienten deseos de romperlo para ver qué tiene dentro, como hacen los niños con los juguetes".

En cambio, todos los colombianos, grandes y chicos, han aprendido a amar al ferrocarril y sobre todo a la locomotora, ese "ser misterioso y maravilloso", de quien el mismo Tejada explica que "tiene un corazón detonante, cálido y nervioso, que arroja hacia nosotros su hálito vivificador, confianzudo y loco como el respirar fragoso de un ser que nos ama y solloza sobre nuestro pecho".

La nueva burguesía industrial, en ascenso desde la caída de Rafael Reyes (1909), obtiene en 1922 una formidable coyuntura económica, al iniciarse el pago de la "indemnización americana" por el Istmo de Panamá. Son 25 millones de dólares que caen como una bomba en el magro presupuesto nacional de 38 millones de pesos y que además traen "amarrados" empréstitos usurarios por un valor cercano a los 198 millones de dólares. Esa burguesía industrial en ascenso necesita ante todo una potente red de transporte en un país apenas dibujado por caminos de carretera y rutas de herradura. Para ella, la construcción de las vías férreas se convierte en asunto de primera prioridad. Los ideólogos y teóricos de esta clase, erigen al ferrocarril como la herramienta decisiva del desarrollo. La falta de líneas ferroviarias tiene la culpa del atraso. Así lo hace saber el ministro de Hacienda, Pomponio Guzmán, en 1921, cuando dice que al estallar la guerra mundial de 1914, "Colombia no contaba con elemento alguno que pudiera utilizar para acrecentar ni para transportar la producción de aquellos artículos minerales, agrícolas y manufacturados que a favor de la contienda hubieron de alcanzar precios muy elevados en los mercados europeos y americanos". Y para reforzar su tesis, agrega: "podréis ver cómo los departamentos favorecidos con los pequeños trayectos de la vía férrea construídos, son los únicos que han aumentado sus presupuestos de rentas departamentales y municipales en lo que va corrido del siglo..."

Esta posición se precisa aún más en el curso de la polémica sobre políticas de impuestos. Frente a las tesis conservadoras de aumentar los tributos, republicanos, liberales y progresistas insisten en "mejorar las vías de comunicación en una forma que permita la movilización de la producción de la tierra y la industria, poniendo así en capacidad a cada ciudadano de centuplicar su riqueza, con lo cual centuplicará el tributo que pague al Estado. Para demostrar esto no habría necesidad de anotar cómo los países que más tributo pagan al Estado, son aquellos que tienen una mayor extensión de vías férreas".

Consagrado así, en el terreno económico, esto que Luis Ospina Vásquez denomina la "superstición ferrocarrilera", no es extraño que Tejada glorifique a la locomotora con pasión de amante fervoroso, porque como Luis Vidales ha dicho, "el artista de hoy, qué duda cabe, recibe las órdenes secretas de la constante social".

Vidales es, en 1926, un ingenioso, precoz y sarcástico joven de 25 años de edad. Se gana la vida como Jefe de Contabilidad del Banco de Londres y América del Sud y acaba de publicar, el 25 de febrero de ese año, un libro irreverente y burlón, con poemas en los cuales "a través de los microscopios los microbios observan a los sabios", los hombres son aparatos fotográficos y Jesucristo aparece como un señor ejemplar a quien, en premio de su buena conducta, le pusieron una Condecoración tan grande que se enredó en ella y se murió. El libro, por añadidura, ostenta un título que es una bofetada a la solemne poesía de metro, rima y sonsonete, pero que en cambio obedece, con auténtica disciplina, "las órdenes secretas de la constante social": Suenan Timbres.

Y en tanto suenan timbres y puertas y teléfonos en la sombría capital que con un cuarto de siglo de retraso comienza a entrar en el siglo XX, la ascendente burguesía industrial practica en los campos la nueva religión de los ferrocarriles. Más del 60 por ciento de "indemnización americana" es destinado a la construcción de vías férreas. Se tienden las líneas y se ponen a rodar los ferrocarriles del Norte (1923-25), del Pacífico (1924-26), del Tolima, Huila y Caquetá (1924-26), del Carare (1924-26), Central de Bolívar (1924-26), de Nariño (1924-26), de Caldas (1924-25), de Medellín-Río Cauca (1924-27), de Bolombolo-Cañafístula (1926), así como los del Sur, prolongación Fusagasugá, de Cundinamarca, Ambalema-Ibagué, Santander-Timba, y los cables aéreos de Cúcuta al Magdalena y de Manizales al Chocó. Y para que no quede duda de la voluntad modernizadora de esa burguesía, el resto de los dólares indemnizatorios se destina a las obras del Canal del Dique, Bocas de Ceniza, el puente de Girardot y el muelle de Buenaventura, sin olvidar los fondos necesarios para crear el Banco de la República (1923) y el Banco Agrícola Hipotecario (1926). Ni un solo centavo para carreteras. "Los gobiernos de esa época, dice José Raimundo Sojo, sólo creían en los ferrorriles".

Y como el resto de las gentes, parecían temer al diabólico misterio de los automóviles...

Colombia tenía en 1926 un millón de peones agrícolas que trabajaban diez horas diarias por jornales que variaban, según la región, entre veinte y cincuenta centavos. El conjunto de la mano de obra alcanzaba a 1.800.000 personas. La abundancia de brazos proporcionaba trabajo humano barato y hacía innecesaria, a los ojos del buen burgués, la mecanización de las labores. En el campo se encontraban en franco ascenso las industrias del azúcar, algodón, arroz, tabaco y cacao. En la ciudad crecían las industrias textileras, las cerveceras y las de alimentos. La población se redistribuía rápidamente. Hacia la costa derivaba una muchedumbre de trabajadores atraídos por las centrales bananeras de la United Fruit, y comenzaban a generarse ya las condiciones que precipitarían la sangrienta masacre de 1928. En Medellín, Bucaramanga, Barranquilla, Cali y Bogotá, se concentraban los núcleos obreros que habrían de librar las primeras grandes huelgas de la historia nacional. Los empresarios se entusiasmaban por el torbellino de la acumulación primitiva, el salario obrero a los límites precisos de la miserable supervivencia, y jerarquizaban los jornales del hombre, la mujer y el niño. Coltejer pagaba de 50 centavos a $2.70 a los hombres, según el grado de calificación, y de treinta a ochenta centavos a las mujeres; Rosellón (planta de Envigado) tenía salarios promedios de un peso a los hombres y cuarenta y cinco centavos a las mujeres; Colombiana de Tabaco tenía promedios de $1.58 para los obreros y $0.91 para las obreras. Niños menores de diez años hacían jornadas de diez y doce horas por veinte centavos en las fábricas, y por ocho centavos en los campos.

Comenzaba, además, el primer proceso de concentración de industrias. La Colombiana de Tabaco, fundada en 1919 como una empresa exclusivamente antioqueña, ya tenía en 1924 cuatro fábricas regionales (Medellín, Bogotá, Barranquilla y Cali) con 500 obreros, y se aprestaba a comprar las plantas de Bucaramanga, Cartagena y Pasto, aplicando una política que la habría de conducir, ya en 1928, al monopolio absoluto de la fabricación de cigarrillos.

En el campo de la industria textil, y sin mencionar el prodigioso crecimiento de Coltejer, vale recordar el más modesto ejemplo de Rosellón. Inició su producción con 100 telares, en 1914. Doce años más tarde, en 1926, tenía 200 telares y 3.128 husos, pero esto fue en gran medida porque absorbió a otra empresa rival en 1919 (la fábrica de A. M. Hernández) y más tarde logró devorar a otras competidoras más pequeñas.

El desarrollo industrial cambiaba la faz del país. Crecían las ciudades fabriles. Se ahondaba el abismo entre las villas coloniales todavía amodorradas en el siglo XIX y las villas industriales, que comenzaban a incursionar con paso vacilante en la aventura del nuevo siglo. Antioquia marchaba a la cabeza de la industrialización: Coltejer, Rosellón, las medianas y pequeñas textileras, y las dos fábricas de Bello que más tarde se fusionarían para formar Fabricato, reunían el 50 por ciento de todos los telares mecánicos del país. Funcionaban ya una siderúrgica en Medellín, una fábrica de papel en Puerto Berrío y otras empresas que hacían del departamento de Antioquia el más importante centro proletario del país.

En el Valle del Cauca predominaba la economía agrícola, especialmene la azucarera, pero existían también centros fabriles como La Garantía (Tejidos), Industrias Textiles de Colombia y una fábrica de muebles y artículos de hierro en Palmira.

En Bogotá, aparte de las textileras, eran importantes las fábricas de cementos (Samper y Diamante), la Cervecería Bavaria y la industria del calzado, así como las vidrierías y cristalerías estimuladas por la industria cervecera.

Por esta misma época, el transporte aéreo (empresa SCADTA, antecesora de AVIANCA), contaba con nueve aviones con capacidad para cinco pasajeros cada uno y un cupo para carga, y dos aparatos de mayor capacidad.

El Banco de la República, creado por Ley 25 de 1923, había asumido ya la emisión de billetes convertibles en oro, y la composición de su Directorio reflejaba el empuje de la burguesía industrial en ascenso: tres representantes del gobierno, cuatro de los bancos nacionales privados, dos de los bancos extranjeros y uno de los accionistas particulares. Con esto se calmaba, según el decir de la misión encargada de asesorar al gobierno, "el temor de que el Banco pueda quedar bajo la indebida influencia del gobierno".

Pero esta misma clase, que se espantaba ante la sola idea de que el gobierno pudiera intervenir en su Banco, exigía a voz en cuello la intervención gubernamental sobre la tierra. La agricultura, retrasada y colonial, no estaba en condiciones de atender a las exigencias de la industrialización. Por eso la nueva burguesía, cuya razón originaria de existencia reside es el principio sagrado de la propiedad privada, no tuvo el menor problema de conciencia al imponer en el Parlamento la Ley 74 de 1924, llamada "Ley de Agricultura", que atribuyó a la tierra una función social y autorizó al gobierno a expropiar predios no cultivados. La propiedad privada sobre la tierra ya no era un derecho sacrosanto e intocable. Ya veremos cómo, por fuerza de otras circunstancias sociales, la burguesía industrial de comienzos de siglo habría de incurrir en otras herejías peores. Por ahora bástenos señalar que esa era una clase pujante y renovadora y que a su influjo potente la joven intelectualidad comenzó a discutirlo todo, a cuestionarlo todo, a reírse de todo lo viejo y caduco y a despedirse para siempre de los ridículos lunáticos del siglo XIX.

Fablo Lozano Torrijos decía en aquellos años, hablando de Colombia:

"Un raro acomodo a la quietud y a la pobreza, le daba la extraña fisonomía de un campo de cartujos o trapenses... Pero todo esto ha pasado y ha concluido para siempre. Y el empuje de un nuevo concepto de la vida arrollará en corto tiempo, definitivamente, inexorablemente, todos los obstáculos internos y externos".

Ese fue el espíritu, alegre y triunfal, que animó a la generación de Los Nuevos: Luis Tejada, León de Greiff, Jorge Zalamea, Luis Vidales, José Mar, Rafael Maya, eran, entre muchos otros, los más audaces representantes de esta generación que nacía a la vida política e intelectual de Colombia, con la misión histórica de cavar la sepultura –en lo político, en lo económico, en lo social y en lo cultural– de las fuerzas coloniales enquistadas en el latifundio oligárquico, en el Estado rancio y autocrático de la hegemonía conservadora y en las aguas estancadas y ya malolientes de una cultura aristocrática, congelada y decrépita. Y así como el surgimiento de la generación de Los Nuevos no se podría explicar sin el desarrollo de la burguesía industrial de comienzos de siglo, así el triunfo político de esa burguesia aglutinada por las victoriosas huestes liberales de 1930, tampoco podria explicarse sin la poderosa influencia renovadora que, en el plano intelectual e ideológico, extendieron Los Nuevos sobre lo que muchos años más tarde Gaitán habria de llamar "el país politico".

Pero el país ya no era una isla. El mismo proceso de desarrollo industrial llevaba implícito un cambio profundo en las relaciones de nuestras gentes con el mundo. Las noticias comenzaban a llegar con rapidez, desde todos los rincones del globo. El cine iniciaba el proceso de formación del "hombre universal" ese cuyos valores, actitudes y sentimientos se van modelando al influjo de los gigantes medios universales de comunicación. Hasta la todavía soñolienta Bogotá llegaban, el uno en noticias, el otro en imágenes, los dos hombres más importantes de esa hora: Lenin y Chaplin.

Lenin, aquel que condujo con empecinada y sobrehumana voluntad a millones de seres por el camino de una revolución desconocida, inédita, de la que no había antecedentes en la historia humana, conmovió profundamente a Vidales, a Tejada, a José Mar, a Zalamea y a León de Greiff. Con religioso fervor, Tejada decía que Lenin era "el único redentor del mundo". La Revolución Rusa causó un impacto tan decisivo en la formación de estos jóvenes intelectuales, que todos ellos participaron más de una vez en tareas políticas revolucionarias. De todos ellos, Tejada y Vidales fueron los que más lejos desarrollaron una conciencia marxista, apartándose definitivamente de toda concepción burguesa. Tejada murió en 1924, pero Vidales –que vivió hasta 1990– pudo participar en la fundación del Partido Comunista de Colombia, ser miembro destacado de su primer Comité Central y dirigir, en 1930, el primer periódico del comunismo militante en nuestro país: Vox Populi de Bucaramanga.

Así, pues, la generación de Los Nuevos no fue homogénea ni sus miembros tuvieron un destino común. Y no podían tenerlo, porque las "órdenes secretas de la constante social", entonces representadas por una burguesía en ascenso, no eran exclusivo patrimonio de esa burguesía, sino que procedían de las más diversas fuentes históricas y de otras clases sociales que vamos en seguida a mencionar.

Pero hemos nombrado a Chaplin, y no por capricho. Yo no sé de nadie que haya logrado poner tanta poesía, tanta ironía, tanta tristeza y tanta ternura en los objetos sencillos –un zapato, dos panes, un bastón, una simple camisa– ante los ojos de tantos millones de seres humanos, mediante gestos que no necesitan traducción alguna ni lenguaje articulado. Chaplin es el pobre inmigrante en la gran ciudad, pero también es el "pobre pobre" de todas las ciudades del mundo. Es el cocinero, el mesero, el vagabundo, uno de los treinta millones de desempleados, el obrero de la gran fábrica a quien la máquina convierte en un simple engranaje más, el pobre diablo que, sujeto a las potentes fuerzas económicas, puede ser tanto el humilde sastre judío o el arrogante Fuhrer alemán. Es la denuncia viviente contra lo inhumano de carne y hueso, y por eso en 1922, en Bogotá, un grupo de señoritos reaccionarios apedrean el Teatro Olympia donde se exhibe una película de Chaplin, y por eso mismo Vidales organiza un "desagravio" y obtiene de Eduardo Santos la gracia de un suplemento dominical de El Tiempo, íntegro, para tal efecto.

Hay un hilo invisible, pero que de algún modo se percibe, y que une y entrelaza el humor fino de Tejada, la ironía amable de Rendón, la irreverencia burlona de Vidales y la gracia profunda de Chaplin. Puede que se trate tan solo de la influencia secreta de la circunstancia social; pero ello, en todo caso, serviría para demostrar cómo los estimulos ocultos del proceso histórico producen respuestas similares y actitudes parecidas en los creadores aparentemente más disímiles y de las más diversas latitudes. Picasso y Juan Gris en la pintura cubista, que no pinta al mundo como lo ve, sino como lo piensa; el ruso Maiakovsky, que se sube a los tranvías de Petrogrado para asustar a las gentes con un teatro insolentemente novedoso en el que la nube se viste con pantalones de obrero; el peruano César Vallejo, ensayando entre el opio y la rebeldía el incomprensible trabalenguas de Trilce; Torres García, en Uruguay, pintando telas que pretenden reordenar el mundo de acuerdo con las leyes del "universalismo constructivo"; el genial chileno Vicente Huidobro, creador de poemas heréticos y cocinero de sopas oceánicas; todos ellos y muchos más como ellos, tienen la misma actitud iconoclasta, el mismo afán demoledor de academias, el mismo sarcasmo y la misma ironía contra sus sabios antecesores.

Los colombianos no son ajenos a esta actitud universal. Si algo tienen de original, de novedoso y singular, es que ellos son los únicos que se agrupan en un movimiento generacional, que renuncian a crear escuelas o ismos y que, sabiéndose heterogéneos y dispares, se unifican por aquello que los une y dejan para otras décadas aquellos elementos que los habrán de separar. No crean un nuevo dogma, son un grupo de combate. Y ese grupo de combate, precisamente, tiene toda su razón de ser en la lucha sin cuartel contra todos los dogmas, sectas y escuelas. Como Rabelais, quisiera que las gentes tomaran el agua del eléboro para que olviden todo lo que sus antiguos preceptores les han enseñado. Y como Cervantes, quiere matar de ridículo al viejo orden.

En Colombia, el gran proceso de sindicalización obrera se inicia en 1919 y da lugar, casi de inmediato, a dos grandes fenómenos de la lucha social: la primera oleada huelguística de nuestra historia (1920-25) y las primeras manifestaciones orgánicas del ideario socialista. Las grandes huelgas de Girardot, Barranquilla, Medellín y Bucaramanga, en esos años, son simultáneas a los intentos de creación del Partido Obrero Socialista, e irán generando las condiciones para el surgimiento del Partido Socialista Revolucionario de 1927. Emergen entonces líderes como Tomás Uribe Márquez, Ignacio Torres Giraldo y María Cano, La Flor del Trabajo.

En 1925, el Segundo Congreso Obrero de Colombia solicitó y obtuvo su ingreso a la Internacional Roja de los sindicatos, con sede en Moscú. En Mayo de 1926, el Tercer Congreso Obrero reunió en Bogotá a indígenas, campesinos, peones, operarios de los centros fabriles e intelectuales de avanzada, y en su seno se manifestó la evidente hegemonía de la tendencia marxista. Allí se resolvió, precisamente, crear el Partido Socialista Revolucionario.

María Cano decía por aquel entonces: "El obrerismo colombiano es un ejército que ha estado esperando, y aún espera anhelante el momento en que sus jefes, sus verdaderos jefes, lo lleven al combate, a esa revolución social por la cual lucho a brazo partido y sin que nada me arredre porque es causa justa, la causa de los oprimidos, de los desheredados de la fortuna".

La rebeldía obrera se afirmaba y endurecía, a pasar de algunas graves derrotas. En octubre de 1924 estalló la huelga de Barranca contra la compañía petrolera norteamericana. El movimiento fue brutalmente aplastado por el gobierno y las fuerzas parapoliciales de la Tropical Oil y 1.200 obreros fueron despedidos. Pero antes que transcurriera un año, ya se estaba gestando otro conflicto en la zona.

El poderoso influjo de las ideas proletarias estaba presente en cada huelga, se extendía a la joven intelectualidad, penetraba en los salones de la burguesía progresista y ganaba adeptos entre los cuadros dirigentes del Partido Liberal. La Generación del Centenario (Eduardo Santos, Luis López de Mesa, Luis Eduardo Nieto Caballero y otros) que en 1920 había propuesto organizar el liberalismo como una fuerza alternativa que impidiera o moderara "la pugna bárbara entre el conservatismo reaccionario y las fuerzas tumultuosas del socialismo criollo", se encontraba en franco receso porque ese socialismo criollo parecía imponerse en las propias huestes liberales, acaudilladas por el general Benjamín Herrera.

En las elecciones de 1921, los socialistas habían logrado una caudalosa votación. En Medellín, por ejemplo, obtuvieron el 23 por ciento de los votos, en tanto que el Partido Liberal recibía apenas un 15 por ciento. Semejante catástrofe no volvería a ocurrir, porque el General Herrera logró imponer en el seno del liberalismo sus tesis socializantes, y con extraordinaria audacia y flexibilidad política pudo agrupar en torno al Partido Liberal a jóvenes intelectuales, artesanos, obreros, campesinos y estudiantes, que de otro modo se hubieran reunido bajo las banderas del socialismo revolucionario. La Convención Liberal de Ibagué, reunida en 1923, acogió en su plataforma las conclusiones de la Convención Socialista de Honda, de modo que –cuenta Gerardo Molina– "el acuerdo entre los dos partidos era casi absoluto, hasta el punto de que muchos pensaron que era inútil persistir en la formación de una nueva colectividad política". El senador liberal César Julio Rodríguez afirmaba públicamente en diciembre de 1922: "El socialismo vendrá inevitablemente al país, como una gran fuerza equilibradora". Y en abril de 1923, el escritor Armando Solano Solano decía en un discurso pronunciado en Cartagena: "Si el liberalismo, por una u otra razón, no se hiciera socialista en la forma franca y moderada en que es posible, desaparecería ... Tenemos en cambio el derecho de pedirles a las agrupaciones obreras que no separen prematuramente su actividad de la nuestra, porque así no le sirven sino a la consolidación de la hegemonía conservadora".

Eran, pues, los tiempos en que la pujante burguesía liberal estaba dispuesta a hacer todas las concesiones de principios a los obreros socialistas, en aras de la lucha contra la hegemonía conservadora. El General Benjamín Herrera, brillante y hábil caudillo, se afanaba entonces en buscar la amistad de los jóvenes intelectuales. El periódico El Sol, de Luis Tejada, salió muchas veces de la imprenta gracias al generoso bolsillo del jefe liberal, que siempre tenía fondos listos para estimular la rebeldía juvenil. A José Mar, miembro destacado de Los Nuevos, lo hizo su secretario particular. A Luis Vidales lo recibía con afecto, sin que parecieran incomodarle las impertinencias bolcheviques del joven poeta.

Herrera fue más lejos aún: impuso candidatos obreros y campesinos a los concejos municipales: abogó por una ley de participación de los obreros en las ganancias de las empresas y declaró su apoyo irrestricto a las tesis de expropiación del latifundio. La apertura socialista del liberalismo, que él presidió e impulsó, contribuyó decisivamente a contener, dentro de las filas del gran partido, a la poderosa corriente de las masas populares, que años más tarde constituiría el gran ejército del gaitanismo. Pero también, por reacción dialéctica, determinó la conformación de la corriente burguesa, colaboracionista liberal-conservadora, cuyas tesis habría de precisar Olaya Herrera, auténtico precursor del Frente Nacional, quien sostenía, a propósito de las relaciones entre liberales y conservadores, que "no debemos partir del supuesto de que somos enemigos mortales, sino colaboradores en una obra común, y que lejos de ser irreductibles y antagónicos, nuestros puntos de vista son fácilmente armonizables".

Así se perfilaban las dos grandes tendencias liberales: la primera, que buscaba la alianza de la burguesía en desarrollo con el movimiento obrero, en contra de las fuerzas políticas del latifundio; la segunda, que prefería la alianza de todas las corrientes burguesas para mantener bajo control a las clases trabajadoras. "Frente Popular" y "Frente Nacional" parecían ser las alternativas del liberalismo, aunque entonces no existían esas denominaciones.

La existencia de estas corrientes y de estas fuerzas sociales explica en gran medida por qué Los Nuevos pudieron ser un grupo de combate unificado, a pesar de que en su seno actuaban marxistas y no marxistas, bolcheviques y liberales, anarcosocialistas y socialdemócratas. Y el hecho de que la tendencia frente-populista fuese entonces hegemónica en la vida política, y fundamentalmente en el Partido Liberal, nos permite comprender la extraordinaria influencia de Los Nuevos en esa etapa de la vida cultural de Colombia.

Muchas cosas han cambiado desde la publicación de Suenan timbres (25 de febrero de 1926). Otras corrientes se han impuesto en el desarrollo institucional y político de los grandes partidos. Pero la irreverencia antidogmática del joven poeta calarqueño, su capacidad demoledora de mitos, su voluntad de barrer, a fuerza de humor y de sentido común, los Establos de Augías de la poesía colombiana, habrán de cobrar nueva vida y nuevo vigor en la hora de las grandes transformaciones sociales que el país espera.

Hoy no podría pedirse, en rigor, el surgimiento de poetas verdaderamente singulares, como el Vidales de 1926, o de cronistas pioneros como el Tejada de 1923. El propio Tejada reconoce que las ideas nuevas, las formas nuevas de lenguaje, las relaciones inéditas entre los objetos y las ideas, entre las palabras y las cosas, surgen en tiempos de transformación social, en períodos revolucionarios, o cuando menos, renovadores:

"porque toda conjunción imprevista de palabras, que se salga de los moldes gramaticales, significa la existencia de una idea nueva, o al menos, acusa una percepción original en la vida de las cosas. Por eso en las épocas de intensa agitación espiritual, en los momentos de revolución, la gramática salta hecha pedazos junto con las instituciones milenarias. Todo profundo cambio social repercute en la gramática subvirtiéndola y renovándola también. Los hombres, cuando tienen numerosos pensamientos inéditos, necesitan, para expresarlos, combinaciones inéditas de palabras, que naturalmente no están catalogadas en los textos ni estereotipadas en el lenguaje tradicional".

Por eso, Suenan Timbres es un producto de los grandes cambios operados en el país en la década de 1920. Y por eso mismo, Suenan Timbres espera a sus redescubridores en los hombres que habrán de realizar la transformación revolucionaria de la sociedad colombiana.

(c) Carlos Vidales

(Publicado por primera vez en Extravagario,
Suplemento de "El Pueblo" de Cali, febrero 22 de 1976.
La versión que aquí se publica ha sido revisada por el autor. feb. de 2011
Se han corregido algunas fechas y modificado algunas expresiones)


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4/3/11

La revolución de "Suenan timbres" y otras aventuras conexas

En 1976 escribí un artículo titulado "La circunstancia social de Suenan Timbres". La obra maestra de Luis Vidales cumplía entonces medio siglo y yo pensaba que ya era hora de considerar las condiciones históricas, políticas, económicas y sociales del pueblo que engendró al poeta y le hizo concebir sus poemas. Intenté, en consecuencia, describir la sociedad colombiana de la década de 1920, apoyado en la sentencia del propio Vidales, de inocultable inspiración marxista: "El artista de hoy, qué duda cabe, recibe las órdenes secretas de la constante social".

Cada 25 de febrero cumplimos años Suenan Timbres y yo. Sí: ambos, el libro y yo, vimos la luz un 25 de febrero pero con trece años de diferencia. El libro, dado a luz en 1926, continúa fresco y juvenil. Yo fui publicado en 1939 y sospecho que la edad y el prolongado exilio me autorizan a considerar este doble cumpleaños desde una perspectiva menos sociológica y con un tono menos riguroso y más familiar.

Suenan Timbres, esta hermana mayor mía, de eterna juventud, me ha acompañado durante toda mi vida con ese misterioso hálito que tienen los hermanos carnales: uno los conoce muy bien porque son sus compañeros de juegos, sus amigos del alma y sus enemigos implacables en las pequeñas guerras civiles de la infancia, pero jamás puede citarlos de memoria. Yo leo los poemas de este libro con frecuencia y descubro en ellos nuevas claves para continuar mi interminable diálogo con mi padre, Luis Vidales, pero nunca logro concentrarme en el ejercicio mecánico de memorizar sus letras y sílabas en el orden debido.

Mi lectura de Suenan Timbres no es una experiencia literaria. Es siempre un diálogo existencial, unamuniano. Vislumbro en esos poemas a mi padre antes de que fuera mi padre, al joven sarcástico, humorista, iconoclasta, alegremente irreverente, con quien puedo dialogar en los dominios sin límites de la imaginación y en los planos más disparatados. Lo veo saliendo de su casa de la calle veinte, en el barrio de Las Nieves, acomodándose su perfil, su enorme sombrero de alas de gavilán, su pipa de mecedora, para ir al encuentro de sus compañeros de aventuras: Luis Tejada, Ricardo Rendón, José Mar, León de Greiff. Le pregunto por qué se preocupa tanto por acomodarse el perfil, por qué se amarra la sombra a los talones con tanta desconfianza, por qué camina con cautela, como un ladrón en casa ajena. Me responde que ya una vez lo han despojado de su perfil, que le han pisoteado la sombra, que un hombre de gabán y de sombrero de copa le robó el equilibrio y que, desde entonces, "voy tambaleándome por la vida". Y sonríe con travesura.

– Hombre –le digo– el tambaleo se debe más al consuetudinario consumo de trago, no hay que echarle la culpa a ningún hombre de gabán... Por otra parte, esos cuentos que fraguas con tanto desparpajo me parecen tan fascinantes como tus poemas de Suenan Timbres, y es lástima grande que hayas abandonado la prosa narrativa para dedicarte solo al verso. He leído por ahí algunos de tus manuscritos que me parecen deliciosamente absurdos...

– Ah, ¿sí? ¿Por ejemplo?

– Por ejemplo, ese relato titulado "Tragedia de un rostro", en el que dices, del modo más natural del mundo: "De pronto hubo un silencio, grande como una piedra". Explícame, pues, ¿qué tan grande es una piedra? Esa simple frase es todo un poema, y ese poema anticipa a Suenan Timbres.

– Es verdad, eso lo escribí en 1925, un año antes de la publicación de Suenan Timbres. Por aquella época tenía yo la obsesión de escribir mis historias de modo que no fueran ni prosa ni poesía, sino un género nuevo, mestizo. No sé bien si las lecturas de Poe o las alucinaciones de Maupassant, o los tragos que me tomaba con Tejada, Rendón y de Greiff me habían desquiciado un poquito, pero el hecho es que siempre aparecía en esos relatos un personaje misterioso (un hombre de gabán, un espectro, una sombra con una dentadura horrible, una aparición indescriptible) que me robaba la sombra, me tergiversaba la perspectiva, me escamoteaba el perfil, me despojaba de mi equilibrio.

– Lo peor es que siempre terminabas cometiendo algún asesinato, muy a lo Poe. Mataste a un hombre que cometió la crueldad de decirte que cada uno de nosotros tiene su antípoda al otro lado del mundo. No pudiste soportar la idea de que tu destino estuviera encadenado al destino de otro...

– Sí, en esa época maté a mucha gente. Incluso clavé mi propia sombra contra la pared de mi habitación, y ahí debe estar todavía, colgando, como un sobretodo abandonado. Creo que yo tenía en aquel tiempo algunos instintos homicidas...

– ¿De dónde salía tanta agresividad?

– Yo nací en 1900 o en 1904, no se sabe bien. En cualquier caso, soy hijo de la Guerra de los Mil Días, en la que participaron mis padres y mis tíos. Mi mamá contaba siempre anécdotas sangrientas e inverosímiles de esa carnicería. Siempre repetía, por ejemplo, la historia del soldado que, en plena batalla de Palonegro, fue decapitado de un machetazo, o de un sablazo, y continuó corriendo, sin cabeza, cuesta abajo... Supongo que yo también quería mocharle la cabeza a alguien, así fuera en la imaginación.

– Sin embargo, un año más tarde, en 1926, aparece Suenan Timbres y toda esa dramática propensión al asesinato ha desaparecido. ¿Por qué y en virtud de qué? Antes de Suenan Timbres te gustaba forjar tragedias o profetizar catástrofes bíblicas, y te doy un ejemplo. En tu relato titulado "El antipático", escrito en 1924, hablas a la piedra en estos términos:

¡Oh piedra! ¡Oh pobre piedra! Sembrada en el limo vigoroso, ¡quién sabe cuántas primaveras han resbalado por tu vientre, y sin embargo tú –como las vírgenes– te mostraste dura y rehusaste soltar el fruto! ¿Acaso no has pensado en lo exótica que sería tu flor, tu pequeña flor gris? Pero no. Es preciso que no hayas oído nada de lo que dije. Tú eres de la casta de las estériles. ¡Oh piedra! ¡Oh pobre piedra! Sobre ti caerá un día la maldición de los hombres!

Pero en Suenan Timbres, esta terrible profecía desaparece y hablas a la misma piedra con esperanza y benevolencia:

¡Oh piedra! ¡Oh pobre piedra!
Yo quisiera saber
desde qué época nebulosa del mundo estás dormida.
¿Por qué vives dentro de ti misma?
¡Oh piedra! ¡Oh pobre piedra!
Yo espero el día
–el día maravilloso de una nueva etapa–
en que vas a salir de tu largo sueño.
Y será bello verte.
Pues para entonces
moverás las patas
y sacarás lentamente la cabeza
y ante los hombres asombrados
empezarás a arrastrarte por el mundo.

Dicho en pocas palabras: lo que antes de Suenan Timbres era maldición y condena, después de Suenan Timbres es redención y liberación. ¿A qué se debe esta metamorfosis?

– ¿Cómo explicarlo? Suenan Timbres fue mi propia revolución existencial. Mi encuentro con Luis Tejada fue un sacudimiento total, definitivo. Ese ser maravilloso despertó en mí la alegría de la creación, el júbilo de la esperanza en la humanidad, el prodigioso encantamiento de la risa, y me enseñó a ver las cosas y las personas desde la dimensión de la libertad más deslumbradora. Y por ese tiempo comenzaron a llegar a mi casa las noticias más detalladas –y de alguna manera más legendarias también– de esa gesta enorme que fue la Revolución Rusa. Entonces yo me olvidé para siempre de mi sombra apuñalada, de mi perfil escamoteado, de mi equilibrio robado, de mi perspectiva distorsionada, del hombre del gabán y de todos esos pequeños incidentes de policía casera, y me lancé alegremente a descubrir los territorios inexplorados de la revolución.

– ¿Cuál revolución?

– La revolución grande, el cambio radical de las ideas, las mentalidades, el idioma, los gestos, la sociedad toda. Después vendrían los afanes por realizar la revolución política, la construcción del partido revolucionario, la lucha por el poder. Pero lo primero fue la impaciencia gozosa por destrozar todo lo sagrado, lo establecido. Por eso salía yo a la calle con una pipa larguísima, de esas que se fuman solamente cuando uno está sentado en una mecedora. Era un desafío a las costumbres, a las rutinas establecidas, era una especie de declaratoria de guerra contra el conformismo.

– Sí, de eso has hablado bastante en diferentes ocasiones. Tus descripciones de los personajes y los escenarios de esta época son muy vívidas: Tejada, Rendón, José Mar, el Café Windsor, el periódico El Sol, el general Benjamín Herrera... Curiosamente, has sido muy parco en describir tu ambiente familiar, tu casa de la calle veinte, tus asuntos hogareños. ¿Por qué?

– Siempre creí que las cosas familiares no debían ventilarse en público. Como eres mi hijo, recordarás que de eso he hablado siempre entre nosotros. Sin embargo, no he sido tan "parco" como dices. Lo que ocurre es que la gente lee a la carrera y pasa por alto los detalles con demasiada frecuencia. Por ejemplo, en mi relato "Tragedia en un rostro" (1925) me tomé el trabajo de describir cuidadosamente mi habitación, en la casa de la calle veinte:

"Tengo el gusto de comunicar a mis biógrafos que vivo en el único cuarto alto que hay en mi casa. Una casa con sólo una habitación de segundo piso es harto rara si pensamos que apenas habrá dos de éstas en toda la ciudad. No voy a describir lo que hay en mi cuarto. Me limitaré a decir que todo en él es pobre. Un ropero pendiente de un clavo, oblicuo por esto en la pared, donde todas las noches, al regresar, cuelgo mi sobretodo, este sobretodo que empieza a tener parecido conmigo. Una cama, una cama dormida como cualquier otra cama del mundo. Y además de muchos objetos insignificantes, una mesa vulgar y coja sobre la cual hay varias hileras de libros. Encima de una de estas hileras, un reloj que anda al estricote, maltrata las horas de un modo doloroso.

Todo, excepto los libros, a los que amo con amor humano, como si fueran personas, vale muy poco o no vale nada. Iba a decir de la escalera, que está ahí, detrás de la puerta, y que es como la cola de mi cuarto; iba a decir lo que hace mucho viene mortificándome, y que años ha tuve la intención de someter a una encuesta: – ¿Cree usted que las escaleras tienen la intención de subir o la de bajar? Yo lo iba a decir, pero Ramón, el más ilustre de los Ramones que en el mundo han sido, según cálculo aproximado, pero no promedial, se ha apoderado de la idea antes que yo. A veces también tengo ideas y, sin embargo, no soy un escritor. No me acuerdo haber urdido nunca una mentira".

Y eso que tales descripciones no eran del todo necesarias para mi narración. El escritor debe establecer, me parece, una comunicación con el lector más profunda y más íntima que la que exigen las normas puras de la lógica narrativa. De mi madre no he hablado lo suficiente, lo reconozco. Esa mujer, enérgica, trabajadora, incansable, positiva, forjó mi carácter y me dio todo su apoyo en mis locas aventuras, mis viajes, mis rebeldías, mis escritos más disparatados, mis desafueros más apasionados. Fui su hijo preferido y esta circunstancia me otorgó una cierta autoridad en el seno del hogar, aunque yo era el hijo menor. Mi padre era un hombre bueno, un maestro, educador por devoción, de hábitos sencillos y honrados como los de un carpintero bíblico. Amaba a mi madre con verdadera veneración y creo que fueron una pareja muy feliz a pesar de las dificultades de la vida. Yo nací en la hacienda Río Azul, cerca de Calarcá, pero pronto nos trasladamos a Honda. Allí transcurrió mi primera infancia y yo tuve, además de la incondicional complicidad de mi madre Rosaura, la absoluta y abnegada ternura de una negra guineana, una mujer que había sido esclava y que, una vez liberada, prefirió continuar en casa de sus amos hasta la muerte. Era bastante vieja, pero tenía una frescura y una alegría de vivir que me contagió para siempre.

Fuimos cuatro hermanos, en este orden: una mujer, un hombre, una mujer, un hombre.

– Exactamente el mismo orden que aplicaste para procrear a tus cuatro hijos. ¿Cómo lo lograste?

– Sencillamente, renuncié a la originalidad en la vida familiar. Fui original en la poesía, pero dejé que la naturaleza trabajara sus viejos modelos en los asuntos familiares. Ahora, muchos años después de mi muerte, veo que en ese terreno hubiera podido hacer las cosas mejor o, por lo menos, no cometer ciertos errores.

– No te preguntaré, por discreción, a cuáles errores te refieres. Por otra parte, recuerdo muy bien que en mayo de 1990, un mes antes de tu muerte, me llamaste por teléfono desde Bogotá (todavía me sorprende que hayas pagado una larguísima llamada a Estocolmo) y me dijiste más o menos lo siguiente: "Carlos, ya estoy al final del viaje. Siento que me quedan pocos días de vida. Trabajaré hasta el último instante, no debes preocuparte por mí. Si te llega la noticia de mi muerte, no vengas a Colombia porque aquí corres peligro. Pero te llamo para despedirme, y para decirte que si hay cosas pendientes entre tú y yo, podemos hablarlas y resolverlas ahora mismo".

– Sí, recuerdo eso. Me dio una gran tranquilidad tu respuesta, que fue sorprendentemente serena: "Papá, creo que no tenemos ningún problema pendiente. Lamento muchísimo no estar en Bogotá para acompañarte en tus últimos días". Creo que hablamos durante más de media hora y nos despedimos cordialmente, sin aspavientos dramáticos. Te lo agradecí mucho, porque jamás fui amigo de los sentimentalismos pendejos ni de los lloriqueos romanticoides.

– En cambio fuiste siempre un impenitente humorista...

– Bien, digámoslo de una vez por todas: quien no sabe reír no puede ser una persona seria. No es posible confiar en alguien que no se ríe nunca. La falta de humor es una de las peores lacras del alma. Alguien ha dicho que yo puse el humor en la poesía colombiana. Eso es falso de toda falsedad. Ya en la época de la independencia nuestras poetas mujeres ensayaban el humor y la picardía en sus poemas patrióticos o costumbristas. Y ese gigante que fue Rafael Pombo nos dio lecciones maravillosas de buen humor. León de Greiff escribió versos humorísticos de tremendo efecto antes que yo, y José Asunción Silva lo hizo antes que de Greiff. No sé de dónde sacan nuestros críticos la tonta idea de que la literatura es una carrera de caballos: "Vidales fue el primero que..." Esa sola expresión encierra una ignorancia insondable. Nadie ha sido nunca el primero en el arte, todo arte, toda creación, es obra social, producto del trabajo común, "viene del pueblo y va hacia él", como diría Vallejo. Y nuestro pueblo, el pueblo colombiano, es trágico, es cruel, es guerrero, es incansablemente trabajador... y es un impenitente humorista. Otra cosa es que venga el hombre del gabán y se robe lo que uno ha escrito, y le ponga su firma a lo que uno ha puesto sobre el papel, y declare propiedad privada suya lo que es del pueblo y que a uno le costó sudor y lágrimas y riesgos formular. Ahora, los cretinos de siempre hablan de "intertextualidad", pero a mí no me molestan los intertextuales, los que comparten ideas y soluciones. Los que me sacan de quicio son los homotextuales, los que toman un texto formulado por otro, le estampan su firma y lo declaran propiedad privada suya, como Colón declaró propiedad de un par de reyes de baraja lo que era de millones de seres humanos.

– ¿Y qué dices de los que se robaron tus escritos, tus papeles, tus notas, cuando te visitaban para hablar de la "revolución" durante el último año de tu vida?

– Esa gente no es revolucionaria. No hay que echarle la culpa al partido (a mi partido) de esos robos. Lamento la pérdida del Espejo de la pintura (cien sonetos sobre célebres pintores y sobre la gran pintura universal). Ese libro nació de una polémica que tuve con el pintor Ignacio Gómez Jaramillo, hacia 1950. Yo critiqué una exposición suya, en la cual había medio centenar de cuadros con un único motivo: un pescadito muerto. A mí me dio mucha rabia que en medio de la Violencia se gastara tanto pincel y tanta tela y tanto óleo en un pescadito pendejo, y le publiqué un soneto en el cual le decía, entre otras cosas:

Mientras las cruces nacen en los huertos;
mientras las caras son días sombríos;
mientras llevan, por bosques y desiertos
más que peces, cadáveres los ríos,
[...]
tú, entre el dolor, de espaldas a la vida,
pintas, con pincelada desabrida
el pobre pez de tu tranquila pesca...

– Recuerdo eso. Yo tenía once años pero todavía guardo en la memoria la respuesta de Ignacio Gómez Jaramillo: "Dejadme con mis peces policromos / no me trato con duendes ni con gnomos". Gran humorista. Pero bueno, ¿qué otra pérdida lamentas?

– Lamento la pérdida de mi libro inédito Diario suyo y mío, escrito durante los años de exilio en Chile. A pesar de la gran hospitalidad y generosidad del pueblo chileno, el exilio fue una experiencia terrible. Soy plenamente consciente –hasta donde puede serlo un humorista muerto– de que durante esos años perdí la risa, me volví gruñón y neurótico, y mis hijos, especialmente los dos mayores (tú y tu hermana Luz) pagaron muy cara esta etapa sombría de mi carácter. El Diario suyo y mío es un testimonio de mis afanes intelectuales de esa época, y los ladrones que se lo llevaron fueron más miserables que el hombre del gabán que me robó mi sombra, se llevó mi equilibrio, me despojó de mi perfil y me distorsionó la perspectiva, allá en mi lejana juventud.

– ¿Y qué otra cosa se robaron?

– Pues nada menos que mis Teresianas (sonetos en español arcaico o arcaizante sobre temas amorosos, eróticos, más quevedianos que teresianos). Y las Dimensiones de la patria (sonetos de la violencia, del exilio, de la añoranza por la patria natal, gritos de protesta contra las masacres y los masacradores). Solamente unas cuantas piezas sueltas se salvaron, porque habían sido publicadas. Pero el saqueo fue inmisericorde.

– Veo que fueron muchos sonetos. ¿No habías dicho por ahí que había que luchar contra el soneto?

– Esas eran ironías, mamadas de gallo contra los poetas "modernos" que creen que se puede hacer poesía "libre" sin conocer la poesía clásica. El ejercicio del soneto es fundamental para la formación de la disciplina poética. No digo que el que sabe hacer sonetos ya sea un poeta, no. Digo que el que ya "es" poeta por su carácter y sus cualidades, llegará a ser grande si conoce y domina todas las técnicas: el soneto, el romance, la canción, la oda, en fin, el "arte". No creo que haya habido otro poeta en la literatura colombiana que haya ensayado y trabajado tantos sonetos como yo. Recordarás que durante mi exilio en Chile, entre 1953 y 1961, me hice la rutina de escribir tres o cuatro sonetos por día. ¡Saca la cuenta!

– El exilio fue duro, pero también nos dio cosas muy buenas. Especialmente la gente que pudimos conocer y tratar...

– Por supuesto. El exilio es una desgracia, pero una desgracia enriquecedora. No hay que andar lamentándose, como Ovidio, ese viejito quejoso que se gastó veinte años llorando porque el César lo había condenado a vivir fuera de Roma, donde podía escribir libremente sin que nadie lo asesinara por ello. De más está decir que la parte más luminosa del exilio está por el lado de los nuevos amigos que ofrece. No olvido jamás, ni siquiera ahora que estoy muerto, a Pablo Neruda, al sabio Alejandro Lipschutz, a mis camaradas Volodia y Miguel Teitelboim, a mi amigo y protector don Omar Rojas Molina, director de las estadísticas chilenas, al historiador Rolando Mellafe, al admirable y tenaz Salvador Allende, y a tantos y tantos hombres y mujeres que nos dieron su amistad y su compañerismo, y nos permitieron trabajar y contribuir en alguna medida a la causa del pueblo chileno... Aprovecho para decirte aquí que, si bien no te dejé ninguna fortuna, en cambio te abrí las puertas para que desarrollaras amistad y conocimiento con todas esas excelentes personas. Creo que hiciste buen uso de esa herencia...

– Sí, y por ello te guardo una enorme gratitud.

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Así, más o menos, transcurren mis diálogos con Luis Vidales. El tiempo ha borrado o ha hecho absurdas las diferencias de edades. Converso con el joven que era un poco dandy antes de tener el buen ojo de casarse con una de las señoritas más bellas de "la culta capital", duodécima hija de un multimillonario beato y rezandero. Converso con el poeta maduro, exiliado en Chile con su familia, y vuelvo a ser entonces el adolescente desamparado de aquellos días. Converso con el padre que está muerto desde hace ya tantos años, vuelvo una y otra vez sobre los temas que han agitado mi curiosidad y, a veces, mis angustias. Pero converso sobre todo, y casi siempre, con el jovencito irreverente y sarcástico que acaba de publicar Suenan Timbres y que se apresta a salir a la calle, ahí en su morada de la calle veinte en el barrio de Las Nieves, libre ya de la ominosa amenaza del hombre del gabán, iluminado por la esperanza en la redención del mundo, en la revolución que hará de esta humanidad doliente una muchedumbre solidaria, hormigueante en la creación y en el trabajo digno.

Carlos Vidales
Estocolmo, 25 de febrero de 2006
Revisado: 25 de febrero de 2011

Publicado por primera vez en NTC...,
en forma exclusiva, en conmemoración del octogésimo aniversario de
Suenan Timbres
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